lunes, 24 de junio de 2013

Ponencia sobre Juan Carlos Onetti a cargo del Prof. Agustín Roig

Juan Carlos Onetti Borges, hijo de Carlos Onetti (empleado de aduanas ,más concretamente,
despachante) y Honoria Borges ( ama de casa y descendiente de una acomodada familia de hacendados de Rio Grande) nació en Montevideo, en la calle San Salvador, Barrio Sur, el 1 de julio de 1909, y murió en Madrid (tras veinte años de un extraño exilio) acompañado por su cuarta y última esposa Dolly Muhr, ese “ignorado perro de la dicha” (según escribe el epígrafe dedicatorio de “La cara de la desgracia.”)

Nobleza obliga señalar que la mayoría de los datos biográficos, por no decir todos, son extraídos del breve libro de Omar Prego Gadea “Onetti. Perfil de un solitario” en su segunda edición de 2009 (Banda Oriental) con motivo del centenario del gran escritor.

Empezamos a tener datos fiables, es decir sistematizables, de la vida de Onetti recién después de sus 20 años. Este hecho obedece o ha obedecido a la voluntad del escritor de mantener esos años bajo el anonimato, tal vez para preservarlos de la inmortalidad que no deja de ser, en definitiva, una versión oficial, tal vez para habilitar un ámbito imaginario del que brote el misterio de la creación; lo concreto es que Onetti siempre ha sido evasivo respecto a su mocedad. Se me ocurre recordar una parte de “El Pozo”, al comienzo, cuando Eladio Linacero despecha esos años de su vida con un simple “como niño era un imbécil”.

Sí sabemos gracias a la amistad que cultivó, ya desde su consagración como escritor (aunque no, en esa época, en concordancia con el porte de su talento), con Omar Prego Gadea y con su mujer Angélica Petit, que fue un niño lector y que escribía poesía de calidad, a grado tal que en un concurso escolar uno de los miembros del tribunal espetó a ese concursante a que dijera su edad verdadera ya que era difícil creer que un niño escribiera así. Sabemos también que era gran organizador de guerrillas de pedradas inter-barriales, que hizo la escuela preescolar en un colegio de unas tías y que llegado su tiempo escolar asistió a la escuela República del Perú, entre otras. Sabemos que hubo muchas mudanzas durante su infancia y que tempranamente su fue a vivir del Barrio Sur a Pocitos, luego al Cordón y más tarde a Colón. Su rendimiento escolar era más que mediocre, aunque tenía buenas calificaciones en las redacciones. Aprobó la prueba de ingreso al liceo con la nota mínima que en ese entonces era de regular deficiente. Inició estudios en la enseñanza media en el Instituto Vázquez Acevedo, pero abandonó al poco tiempo. Es decir que Juan Carlos Onetti Borges, premio Cervantes, estuvo bien lejos de completar la enseñanza media, ni que hablar, obviamente, estudios superiores o terciarios. Considero que este punto no es menor respecto al “perfil de un solitario” que lo caracterizó y que también caracterizó a su obra. En sus columnas que firmaba como “Periquito el Aguador”, esas secciones de alacraneo literario de aquella revista Marcha del año 39, ponía de manifiesto la necesidad de un proyecto literario y cultural que asumiera y asimilara una identidad que se escapaba por omisión. ¿Qué mejor ejemplo en el Uruguay de la relación hombre-ciudad que Juan Carlos Onetti? Pero volvamos a lo anecdótico:

Onetti no terminó el liceo por un motivo absurdo si se quiere pero que, en rigor, implicaba una elección mucho más profunda. Veámoslo. Cursaba primer año del liceo cuando un día de lluvia le robaron un pilot que había dejado colgado. El pilot nunca apareció y esto parece que dejó muy impresionado al adolescente que no dejaba de decir “parece mentira, entre compañeros”. Lo concreto es que no quiso nunca más volver a un salón de clase. Es cierto que eran otras épocas y que no necesariamente una persona que no terminara sus estudios por fuerza debía ser ignorante o poco capacitada. No había la relación que existe actualmente entre enseñanza (la media inclusive) y mercado. Es cierto que los liceos departamentales estaban recién empezando a funcionar gracias a las reformas batllistas, no obstante ello, muchos intelectuales de la generación que perteneció Onetti, la llamada generación del 45 o generación crítica o generación de Marcha, sí realizaron estudios en la enseñanza media, es más, muchos de ellos fueron fundadores del Instituto de Profesores Artigas destinado a la formación de docentes para la educación media, en cambio Onetti apenas comenzó el liceo, razón por la cual interpreto que el robo del pilot es la punta del iceberg de una elección maciza y coherente que articula toda su vida y condiciona los sesenta años de producción literaria de primera fila. Esa renuncia es la raíz que funda su libertad como artista. Veámoslo a través de un ilustre antecedente.

El filósofo alemán Inmanuel Kant articula su concepto de Ilustración sobre la noción de minoridad.

”La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad, debida a su propia culpa. Minoría de edad e incapacidad para servirse, sin ser guiado por otros, de su propia mente. Y esta minoría de edad es imputable a él mismo porque su causa estriba, no en la falta de una mente, sino en la falta de decisión y de valor, del valor de utilizarla sin ser guiado por nadie. Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia mente¡ Este es el fundamento de la ilustración.”

Según Kant la minoría es la incapacidad del individuo (de la cual es responsable) de valerse de sus propias competencias, de su propia mente, subordinándose, aceptando y reconociendo la necesidad de una tutoría, llámese religiosa, política o académica. En definitiva, el individuo es responsable de sí mismo y como tal, si quiere salir de la minoría, acercarse a esa noción posterior que acuñó Nietzsche relativa al “undersmench” o “super-hombre", debe hacerse cargo y asumir con valentía el imperativo de la libertad y la autonomía. Hoy, traspuesto vertiginosamente el umbral del siglo XXI, dejado atrás el copioso siglo XX, podemos afirmar sin titubear que esa independencia a la que se refiere Kant involucra tanto a la razón pura como a la estética; ya el siglo XVIII se encargó de demostrárnoslo con figuras, por ejemplo, como Donatien Alphonse Francoise, Marqués de Sade, constituyéndose en emblema del libertinaje tanto ético como intelectual. En efecto, la noción de ilustración que lega Kant se ve reforzada por esa categoría iniciada por el inglés Anthony Collins quien inaugura la tradición de los “freethinkers” o librepensadores. Con esto quiero decir, sencillamente, que el autodidactismo de Onetti, hombre que como dice Omar Prego lo había leído todo, es un brote de esta tradición dieciochesca, al igual que lo fue el autodidactismo de la inmensa cantidad de los intelectuales de la generación del 900: Julio Herrera, Roberto de las Carreras, Horacio Quiroga, etc. Tal vez el grado de modernización asociado al crecimiento voraz de la multitud constituyan la lápida sobre esta figura tan significativa del proceso intelectual latinoamericano: el autodidacta, encarnación muy siglo XX del libertino del siglo XVIII.

Los antepasados de Onetti eran de origen italiano, genoveses más precisamente. Durante el siglo XIX se había producido una fuerte inmigración de genoveses hacia Gibraltar, sur de la península ibérica, en ese momento bajo bandera británica. Los Onetti nacidos en Gibraltar pasaron a ser Onetti, siguiendo la fonética irlandesa. Es en ese sentido que se ha señalado corrientemente que Onetti no era de ascendencia italiana sino Irlandesa. Confuso y curioso abolengo de tanos y gringos que se verá reflejado en los nombres de sus propios personajes: Díaz Grey, Larsen (de origen netamente nórdico), el mismo Onetti inmiscuido en la fábula, compartiendo oficina con Brausen en “La vida breve.”

Nuestro gran escritor tuvo una vida sentimental intensa, sobre todo hasta mediados los años cincuenta. Teniendo 21 años se casa con su prima hermana María Amalia Onetti. Se va a vivir con ella a Buenos Aires. Por esa época, más precisamente en el año 1933, publica en “La Prensa” Avenida de mayo- Diagonal Norte-Avenida de Mayo”. A partir de ese momento comienza la carrera literaria de Onetti. Escribe “El Pozo” (su primer nouvelle) y lo pierde. Recién será publicado en 1939 en Ediciones Signo (la próxima edición sería la de Arca, con aquel legendario prólogo de Ángel Rama “Origen de un novelista y de una generación literaria). También hay otros cuentos publicados. Aparece en La Nación en el año 1935 el cuento “El Obstáculo”. “El Posible Baldi” es de 1936. Durante ese período escribe otra novela,  “Tiempo de Abrazar”, que se publicará recién (luego de una reescritura por haber extraviado los escritos originales) en 1974 en Editorial Arca. Mientras tanto se separa de su esposa, vuelve a Montevideo y se casa con su otra prima, María Julia Onetti, hermana de María Amalia.

El año 39 es clave en la carrera literaria del premio Cervantes uruguayo, el único. Carlos Quijano, director de la prestigiosa “Marcha”, órgano de prensa, según decían, “nacionalista y antiimperialista”, con un claro perfil crítico que identificará a toda una generación, nombra a Juan Carlos Onetti jefe de redacción del semanario. El ritmo de su producción intelectual es prolífico. Empiezan a manifestarse las dos vertientes discursivas que cultivará el resto de la vida, separándolas bien, tanto desde el punto de vista temático como estilístico: el periodismo la literatura.

Inaugura en el semanario una sección de “alacraneo literario” bajo el seudónimo de Periquito el Aguador. Esta “piedra en el charco” empieza a vertebrar la unidad y coherencia de su obra. Cada una de sus prédicas se verá reflejada en sus sesenta años de literatura. Hay algo de Manifiesto en estos primeros textos periodísticos. Escribe Periquito:

“Hay que hacer una literatura uruguaya, hay que usar un lenguaje nuestro para decir cosas nuestras. Ya no sirve imitar la estética de Fulano porque Fulano lleva la ventaja de estarla imitando hace diez años y Fulana veinte. Que cada uno busque dentro de sí mismo, que es el único lugar donde puede encontrarse la verdad y todas esas cosas cuya persecución, fracasada siempre, produce la obra de arte. Fuera de nosotros no hay nada, nadie. La literatura es un oficio; es necesario aprenderlo, pero aún más, es necesario crearlo”.

La necesidad de proclamar la originalidad (gesto en sí nada original ya que lo había hecho la Vanguardias treinta años antes) en tanto criterio central de la identidad literaria e impulso que habilita la creación artística surge, en rigor, a partir de la demolición a través del instrumento crítico de la tradición literaria vigente, es decir, el color local del Romanticismo esclerosado, las fórmulas acartonadas del Realismo a ultranza, el Ruralismo y con ello la gesta histórica de la Independencia (nada más y nada menos que la Patria Vieja). Es en ese sentido, desde un dispositivo basado en la negación del antecedente (a condición que sea de carácter universal, me refiero a Dostoievski, Faulkner, Joyce, Flaubert, inclusive) surge la literatura que según Periquito es necesario crear, y con ella toda una generación que aún hoy tiene vigencia, que aún hoy nadie ha derribado en rigor, pero esto es harina de otro costal. La condición colonial emuladora puesta bajo la lupa del discurso crítico, habilita la incertidumbre sobre la identidad cultural y de esa manera la necesidad de constituirla, no por deber o imperativo, sino por inercia subjetiva, por la mera razón de estar el escritor inmerso en un medio que lo condiciona justamente en esa zona de misterio de la que surge la creación. Perquito proclama la necesidad de una literatura sincera y con ello la autonomía del escritor, es decir, entendiendo esa actividad como un oficio que solo se puede hacer con el hábito de la producción. Sin lugar a dudas el debate se aloja dentro de uno mayor, de orden continental, no obstante  la porfiada genética europea que caracteriza a nuestra cultura: es parte nada más y nada menos que de la cuestión latinoamericana, entendida no a través del color local de la selva y la montaña (en Onetti es prácticamente nula e insignificante la descripción de paisajes, en Onetti el paisaje solo es humano) sino vista a través del hombre universal, masificado, occidentalizado en su relación con la ciudad.

Decíamos que el año 39 es clave en la carrera literaria de Onetti. Ediciones Signo publica la nouvelle (cuento largo o novela corta) “El Pozo”. La tapa cuenta con un dibujo falso de Picasso,  tal vez hecho por el mismo Onetti. Sus páginas son de papel de estraza. Es una tirada de 500 ejemplares.

Se trata de un hombre, Eladio Linacero, con sus cuarenta años cumplidos, divorciado, resentido por la frustración, que escribe memorias, sueños y reflexiones. Es un relato en primera persona que tiene un antecedente muy claro en “Las memorias del Subsuelo de Dostoievski”. Lo caracteriza también la permanente referencia al proceso creador, enfatizando sobre lo que le interesa contar, lo que selecciona o lo que descarta. EL monólogo de Linacero le sirve para ir intercalando historias como la de Ana María, la joven de dieciocho años que Eladio intenta violar aún siendo un adolescente, la muerte de ella y sus apariciones en los momentos de imaginación y ensoñación, eternizada en su etapa de muchacha, constituyéndose como evidencia fantasmática del remordimiento. La nouvelle termina con un lírico capítulo en el que la noche, símbolo estructurante de la poética onettiana, aparece vinculada a la soledad y la creación.


 En el año 1941, Lozada publica “Tierra de Nadie” en la ciudad de Buenos Aires. Onetti alternará en su primera etapa creativa su residencia tanto en la capital argentina como en Montevideo. Podemos decir sin temor a equivocarnos que cultural y literariamente hay en Onetti una dosis importante del carácter porteño. En efecto, “Tierra de Nadie”, novela vidriosa, con heterogéneos personajes de vaga identidad, sin nombre en muchos casos, transcurre en la megalópolis. Onetti dice que con ella quiso reflejar una generación: intelectuales, macrós, prostitutas y sindicalistas coexisten dentro del mosaico urbano. En “Tierra de Nadie” aparece por primera vez Larsen, uno de los personajes más queridos por el autor, que volverá  en “La Vida Breve”, en “El Astillero” y en “Juntacadaveres”. Larsen, conocido también como Junta o Juntacadáveres, es el caficcio que tiempo después, ya fundada Santa María por Brausen en “La Vida Breve", llegará a la ciudad con la intención de crear el prostíbulo
perfecto. A modo anecdótico cuentan que una vez Onetti, ya en sus tiempos de exilio viviendo casi todo el tiempo en la cama, le dijo a uno de los tantos periodistas y visitantes que iban a su apartamento siempre mediando el favor Dollty, su cuarta y última esposa, que tuviera cuidado con determinado cenicero porque se lo había regalado Larsen, uno de sus personajes literarios. Más allá de la broma, Onetti vivía literalmente ente sus personajes. Es más, solía decir que su relación era mucho más intensa, mejor lograda en la imaginación y en la fabulación que en la propia escritura.

En 1943, también en Buenos Aires, Editorial Poseidón publica “Para esta Noche”, inspirada en una anécdota que le contaron dos anarcos venidos de España a raíz de la Guerra Civil. Esta es una de las pocas novelas del uruguayo en la que se aborda explícitamente el tema sociológico o político. Como curiosidad les cuento que esa novela se iba a llamar “El perro tendrá su día”, título que quedó, al final, reservado para un cuento. Cuando el autor le lleva los escritos al editor, este advierte que podría ser peligroso. Como transcurrían las épocas del peronismo, el editor previó que el título se pudiera interpretar como una alusión a Juan Domingo Perón. De esta manera el autor le puso un nombre al azar mientras miraba la revista “Crítica”: “Para esta noche” decía el encabezamiento de la propuesta de espectáculos.

1950 es otro de los años claves en la carrera literaria de Onetti, pues publica “La Vida Breve”, su obra maestra. Podemos decir que después de su publicación empieza la segunda etapa creativa del autor, en la que sobrevendrán, junto a los cuentos, entre ellos el “Infierno tan temido”, las novelas “Los adioses” (1954), la nouvelle “La cara de la desgracia” (1960), “El astillero” (1961), la nouvelle “Tan triste como ella” (1963) y “Juntacadáveres”(1964).

“La vida breve” es una novela de estructura compleja basada en el principio de las cajas chinas o las muñecas rusas. Este mecanismo habilita la creación de Santa María, ciudad producto de la invención del autor (Brausen mediante) y escenario (con plano incluido) donde van a transcurrir muchas de sus obras principales. En cierto sentido, creando a Santa María posibilita la perdurabilidad de cincuenta años de su literatura. Santa María es la ciudad a la que llega Larsen para habilitar el perfecto prostíbulo en “Juntacadáveres” y es la ciudad a la que retornará (“El astillero”), luego del primer fracaso, para ocuparse de un astillero fundido y oxidado, bien de Jeremías Petrús, padre de la mujer de la que está enamorado, Angélica Inés.  En la medida que Santa María contextualiza muchos de sus relatos se habla de “la saga de Santa María”. Volvamos a la “Vida Breve”:

Juan María Brausen, publicista y escritor, está casado con Gertrudis, a la que le han extirpado un seno debido al cáncer. A punto de quedar desempleado, como tabla de salvación, Stein, agente de publicidad, amigo de Brausen y ex novio de Gertrudis, le propone la escritura de un guión cinematográfico. Este pretexto le permite a Brausen refugiarse de su desgracia a través de la creación de un ámbito artificial poblado por personajes y lugares. A partir de este nivel ingresamos al interior de la invención y con ello al mecanismo de su producción. En esa ciudad habita un médico llamado Díaz Grey, cuarentón, aburrido y de vocación provinciana que atiende, no sin libidinosidad, a una paciente morfinómana, Helena Sala que junto a su marido, Horacio, inician la búsqueda de Owen, un seductor que ha iniciado a Helena en el consumo de morfina. Díaz Grey le vende la droga al matrimonio y a su vez les ayuda en la búsqueda del muchacho. Helena muere de una sobredosis y la novela, la novela interior, por llamarla de alguna manera, termina en una mascarada de carnaval, una farsa muy al estilo onettiano, en la que se refugian Horacio, Owen y Díaz Grey, cada cual con su respectivo disfraz. Sin embargo esto es lo que imagina Brausen desde el simulado plano empírico que crea la fabulación de otro creador, este sí verdadero, Juan Carlos Onetti. Podríamos decir que Onetti crea a Brausen para que este cree a Díaz Grey. Mientras tanto Brausen sigue viviendo. Lo abandona la mujer, que se va a vivir con su madre a Temperley. Es echado del empleo y con ello, definitivamente, va ingresando a una zona marginal desde la que fermenta la fragmentación de su personalidad. En el apartamento de al lado vive la Queca. Brausen la escucha día a día a través de la delgada pared que separa los departamentos. La Queca es prostituta. Un buen día Brausen deja de escuchar y va a visitarla. Se hace pasar por Arce. Brausen no solo es Brausen sino que también es Díaz Grey y Arce quien, hacia el cierre de la novela, a través de la invención de otro alter ego producto, ahí sí definitivamente, de la alienación del protagonista, asesina a la Queca. Junto al “Obsceno pájaro de la noche” de José Donoso, novela posterior cronológicamente hablando, “La vida breve” es una novela de estructura y focalización esquizofrénica, pero también, es innegable, una de las cumbres de la novela latinoamericana.

En 1981 le es entregado el galardón más importante de la literatura hispanoamericana: El premio Cervantes. Es anecdótico referir que, fiel a su estilo, aunque sin llegar al gesto de Sartre cuando ganó el Premio Nobel (no recibirlo), Onetti no asistió a la cena homenaje ofrecida por los reyes de España; de alguna manera venían los ecos del escritor hosco y lacónico que en ocasión de un congreso de escritores del que fue electo presidente, se encerró en la habitación de un hotel a tomar wiski mientras sus colegas asistían al congreso. De ahí que le llamaron “el presidente ausente”.

La última etapa de Onetti es la del exilio. En ese período publica “Tiempo de abrazar”(1974), “Dejemos hablar al viento”(1979), “Cuando Entonces”(1987) y “Cuando ya no importe”(1993).
El motivo del exilio surge de una anécdota no poco bochornosa. Es acusado por la dictadura cívico-militar de “pornógrafo” y es apresado, durante tres meses, en el Cilindro Municipal. Como era costumbre la revista Marcha organizaba concursos literarios. Ese año, el concurso lo había ganado un tal Nelson Marras con su relato “El guardaespaldas”. El jurado había sido integrado, si mal no recuerdo, por Juan Carlos Onetti, Jorge Rufinelli y Hugo Alfaro. El relato ganador se trataba de un policía baleado por la guerrilla que mientras agoniza va narrando su vida y su relación homosexual con uno de los jerarcas del régimen. Nadie se dio cuenta en la redacción, pese a una nota dejada por Onetti, que el texto era muy peligroso y susceptible de censura. Dice Omar Prego que tal negligencia se debió a la época del año, ya que era febrero y casi todo el mundo estaba de vacaciones, pero también al apuro de la impresión; sea como sea, el hecho es que la narración fue publicada. El resultado, el descuido, fue nefasto. Significó cinco años de cárcel para el autor y tres meses para cada uno de los miembros del jurado. Para Onetti esta experiencia fue condicionante. Durante un tiempo, breve, se exilió en Buenos Aires y en 1975 se fue definitivamente a Madrid, junto a su esposa Dolly, donde murió el 30 de mayo de 1994.

Restaurado el sistema democrático en el año 1985, el presidente electo, Julio María Sanguinetti, lo invitó a volver, pero Onetti declinó la invitación. En una entrevista con la hija de Omar Prego, Magela Prego Petit, se advierte que la decisión de no retornar siempre estuvo presente en Onetti y también se advierte que en el autor persiste la experiencia traumática bajo el sentimiento de la desconfianza y la idea de que en definitiva el régimen, aún en tiempos de democracia, todavía persistiría. Alcohólico y adicto al tabaco tuvo una vida larga, vivió hasta los 84 años, ya convertido, a esas alturas, en un inmortal, en un clásico.



Ponencia sobre Juan Carlos Onetti a cargo del Prof. Agustín Roig
24 de mayo de 2013